**Foto: Barrio Roma (autor Daniel Intymedia Argentina)
Este año nuestro país y en particular la ciudad de Rosario ha sufrido dos situaciones de emergencia sanitaria, una fue el brote de Dengue y la otra la pandemia de gripe A. Ambas crisis plantean sin lugar a dudas situaciones nuevas en una comunidad que no estaba preparada para enfrentarla.
Debido a que nuestra región no es zona de catástrofes naturales, los servicios sanitarios, de defensa civil, rescatistas, etc no han recibido suficiente entrenamiento ni recursos necesarios para el desempeño en situaciones de riesgo, a estos grupos hay que sumarles los medios de comunicación cuyos periodistas no hemos sido formados en una comunicación social preventiva que nos permita comunicar el desastre. Una prueba de esto, es la dispersión y contradicción de noticias que van surgiendo cada vez que asistimos a una situación de riesgo social como es la actual crisis de gripe A
Hoy, los medios de comunicación son un sujeto activo en la sociedad, a tal punto, que la mayoría de las personas se informan a partir de los mensajes emitidos por éstos.
En este contexto, todo plan de acción frente a determinadas contingencias debería contar con la presencia activa de los medios de comunicación, no para informar “desde la puerta” lo que sucede en los gabinetes de crisis, sino integrando, desde su especificidad, la mesa de discusión y diseño de las políticas de asistencia.
Toda crisis sanitaria plantea un cambio profundo en la comunidad que, como sostiene Beatriz Sevilla, “se manifestará con mayor o menor gravedad según las características de la estructura social, afectando a los sectores más vulnerables de la sociedad”
La actual pandemia de influenza significa para la mayoría de la población una ruptura de la cotidianeidad. El aislamiento social ha provocado una desestructuración de las relaciones humanas donde los hábitos, los modos de convivencia familiar y comunitaria, los lugares de encuentro y hasta los afectos se han visto trastocados. Esta situación conlleva a la ruptura de la cotidianeidad, entendida, como sostiene Ana Quiroga, como la forma de desenvolvimiento que adquiere día tras días nuestra historia individual y social, integrada por reiteración de acciones vitales en una distribución diaria de tiempo.
Esta desestructuración, provoca en los individuos una profunda situación de amenaza, que se manifiesta generalmente a través de acciones de aislamiento, falta de cooperación y egoísmo, llegando, en fases superiores, a situaciones de agresión y violencia.
Otro efecto social del aislamiento es el resentimiento del sistema productivo de la región que, sumado a la crisis global, provoca el temor a las suspensiones o a la pérdida de la fuente laboral que genera en la población más situaciones de ansiedad y angustia.
En este contexto, los medios de comunicación deben desarrollar su tarea apuntando principalmente a bajar las ansiedades de la comunidad tratando de orientar su comportamiento hacia la resolución de los problemas.
Generalmente los periodistas no estamos preparados para la tarea que se necesita desarrollar en situaciones de emergencia y en muchas oportunidades actuamos como “saboteadores involuntarios” de la resolución de las ansiedades de la población.
La urgencia por la primicia, la necesidad por “sacar alguien al aire”, etc. hace que la mayoría de las veces la información no haya sido debidamente chequeada, generando situaciones que agregan mayor nivel de amenaza en la comunidad. Las notas a los “especialistas”, algunos de ellos con escaso nivel profesional, se multiplican y al no existir un criterio unificado frente a la emergencia, principalmente la gripe A de la que poco se sabe, las líneas de información que recibe el consumidor se diversifican tantas veces como noticias aparezcan. Señala Gloria Bratschi, integrante de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Cuyo: “Desde el punto de vista comunicacional, los medios, como integrantes de los productos culturales de la comunidad, deben acompañar a la sociedad en sus problemas, su labor es la de esclarecer, orientar, informar correctamente y no producir más desorden social del ya existente”.
No es parte de la libertad de expresión dar a conocer cifras y porcentajes de infectados y muertos, ni es ocultamiento no decirlo, sino que debe formar parte de una estrategia comunicativa donde lo principal es saber medir el momento más oportuno para divulgar esos datos y de esta manera evitar tanto la impresición de la información como la magnificación o minimización del desastre.
Marcia Izaguirre, periodista hondureña especialista en coberturas de situaciones de emergencia, sostiene que “el periodista debe estar conectado con las fuentes oficiales que son las encargadas de manejar datos fidedignos sobre los hechos, a fin de evitar la especulación y las falsas noticias que pueden provocar más incertidumbre. Asimismo, dijo que el deber de los periodistas es darle voz a las víctimas de los desastres por que la noticia no se crea, solo se cubre”. En este sentido, habrá que estar atentos a que esos datos no estén impregnados de especulaciones políticas, económicas, etc.
Otro de los aspectos que se instala en las crisis es la generación del rumor, más grave aún, cuando se alimenta desde los medios de comunicación, éste se genera en un hecho real pero distorsionado que agrega una importante carga de ansiedad en la sociedad que puede conducir a una disminución de la capacidad de discriminación. El rumor aparece en situaciones de riesgo y lo realimenta, por tal motivo se trata de un punto de urgencia sobre el que deben operar los comunicadores sociales para no quedar prisioneros del mismo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que los periodistas forman parte de la comunidad afectada y en muchas oportunidades suelen ser ellos mismos, compañeros de trabajo o sus familiares los que se encuentren en situación de riesgo, generando en el comunicador mayor carga de ansiedad y estrés que lo someten a un análisis de la realidad impregnada de una importante respuesta emocional.
El periodista es parte de la solución, en cuanto a través de sus mensajes trata de bajar las ansiedades de la población, y parte del problema en tanto víctima de la emergencia. En este sentido, debería recibir la asistencia de profesionales de la salud en la medida que experimente diversos grados de perturbación de la conducta en ejercicio de su profesión, en este aspecto, la presión traumática sobre el periodista no es distinta a la que recibe, por ejemplo, el personal de rescate.
Las últimas investigaciones en relación a los efectos psicológicos que acarrea una situación de desastre, considera al personal de rescate, en el que podríamos incluir a los periodistas, como integrantes de los equipos de primera respuesta que llegaron a ser llamados, además, las víctimas ocultas de los desastres. En este contexto, señala Taylor y Frazer, estos sujetos pueden presentar síntomas propios de estrés agudo o postraumático y aún mucho tiempo después de acontecido el hecho, pueden estar expuestos a recuerdos repetitivos del evento, ansiedad y altos niveles de tensión que afectan los mecanismos de defensa del organismo y cusan problemas orgánicos posteriores.
En los últimos años varias han sido las situaciones traumáticas sobre la cual los periodistas han tenido que actuar, entre ellas, los saqueos de 1989, el diciembre trágico del 2001, las inundaciones de la Ciudad de Santa Fe en el 2003, la pedrea del 2006, el brote de Dengue en el 2008 y la actual pandemia de Gripe A. Por otra parte, todo indica que otras crisis se avecinan, principalmente el rebrote de Dengue cuando comiencen a llegar los primeros días del verano, estas eventualidades nos convocan a capacitarnos en el marco de una Comunicación Social Preventiva que nos integre a la comunidad en la tarea de ayudar a mejorar las condiciones inusuales en que se desenvuelve la población frente a una situación de crisis.
Debido a que nuestra región no es zona de catástrofes naturales, los servicios sanitarios, de defensa civil, rescatistas, etc no han recibido suficiente entrenamiento ni recursos necesarios para el desempeño en situaciones de riesgo, a estos grupos hay que sumarles los medios de comunicación cuyos periodistas no hemos sido formados en una comunicación social preventiva que nos permita comunicar el desastre. Una prueba de esto, es la dispersión y contradicción de noticias que van surgiendo cada vez que asistimos a una situación de riesgo social como es la actual crisis de gripe A
Hoy, los medios de comunicación son un sujeto activo en la sociedad, a tal punto, que la mayoría de las personas se informan a partir de los mensajes emitidos por éstos.
En este contexto, todo plan de acción frente a determinadas contingencias debería contar con la presencia activa de los medios de comunicación, no para informar “desde la puerta” lo que sucede en los gabinetes de crisis, sino integrando, desde su especificidad, la mesa de discusión y diseño de las políticas de asistencia.
Toda crisis sanitaria plantea un cambio profundo en la comunidad que, como sostiene Beatriz Sevilla, “se manifestará con mayor o menor gravedad según las características de la estructura social, afectando a los sectores más vulnerables de la sociedad”
La actual pandemia de influenza significa para la mayoría de la población una ruptura de la cotidianeidad. El aislamiento social ha provocado una desestructuración de las relaciones humanas donde los hábitos, los modos de convivencia familiar y comunitaria, los lugares de encuentro y hasta los afectos se han visto trastocados. Esta situación conlleva a la ruptura de la cotidianeidad, entendida, como sostiene Ana Quiroga, como la forma de desenvolvimiento que adquiere día tras días nuestra historia individual y social, integrada por reiteración de acciones vitales en una distribución diaria de tiempo.
Esta desestructuración, provoca en los individuos una profunda situación de amenaza, que se manifiesta generalmente a través de acciones de aislamiento, falta de cooperación y egoísmo, llegando, en fases superiores, a situaciones de agresión y violencia.
Otro efecto social del aislamiento es el resentimiento del sistema productivo de la región que, sumado a la crisis global, provoca el temor a las suspensiones o a la pérdida de la fuente laboral que genera en la población más situaciones de ansiedad y angustia.
En este contexto, los medios de comunicación deben desarrollar su tarea apuntando principalmente a bajar las ansiedades de la comunidad tratando de orientar su comportamiento hacia la resolución de los problemas.
Generalmente los periodistas no estamos preparados para la tarea que se necesita desarrollar en situaciones de emergencia y en muchas oportunidades actuamos como “saboteadores involuntarios” de la resolución de las ansiedades de la población.
La urgencia por la primicia, la necesidad por “sacar alguien al aire”, etc. hace que la mayoría de las veces la información no haya sido debidamente chequeada, generando situaciones que agregan mayor nivel de amenaza en la comunidad. Las notas a los “especialistas”, algunos de ellos con escaso nivel profesional, se multiplican y al no existir un criterio unificado frente a la emergencia, principalmente la gripe A de la que poco se sabe, las líneas de información que recibe el consumidor se diversifican tantas veces como noticias aparezcan. Señala Gloria Bratschi, integrante de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Cuyo: “Desde el punto de vista comunicacional, los medios, como integrantes de los productos culturales de la comunidad, deben acompañar a la sociedad en sus problemas, su labor es la de esclarecer, orientar, informar correctamente y no producir más desorden social del ya existente”.
No es parte de la libertad de expresión dar a conocer cifras y porcentajes de infectados y muertos, ni es ocultamiento no decirlo, sino que debe formar parte de una estrategia comunicativa donde lo principal es saber medir el momento más oportuno para divulgar esos datos y de esta manera evitar tanto la impresición de la información como la magnificación o minimización del desastre.
Marcia Izaguirre, periodista hondureña especialista en coberturas de situaciones de emergencia, sostiene que “el periodista debe estar conectado con las fuentes oficiales que son las encargadas de manejar datos fidedignos sobre los hechos, a fin de evitar la especulación y las falsas noticias que pueden provocar más incertidumbre. Asimismo, dijo que el deber de los periodistas es darle voz a las víctimas de los desastres por que la noticia no se crea, solo se cubre”. En este sentido, habrá que estar atentos a que esos datos no estén impregnados de especulaciones políticas, económicas, etc.
Otro de los aspectos que se instala en las crisis es la generación del rumor, más grave aún, cuando se alimenta desde los medios de comunicación, éste se genera en un hecho real pero distorsionado que agrega una importante carga de ansiedad en la sociedad que puede conducir a una disminución de la capacidad de discriminación. El rumor aparece en situaciones de riesgo y lo realimenta, por tal motivo se trata de un punto de urgencia sobre el que deben operar los comunicadores sociales para no quedar prisioneros del mismo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que los periodistas forman parte de la comunidad afectada y en muchas oportunidades suelen ser ellos mismos, compañeros de trabajo o sus familiares los que se encuentren en situación de riesgo, generando en el comunicador mayor carga de ansiedad y estrés que lo someten a un análisis de la realidad impregnada de una importante respuesta emocional.
El periodista es parte de la solución, en cuanto a través de sus mensajes trata de bajar las ansiedades de la población, y parte del problema en tanto víctima de la emergencia. En este sentido, debería recibir la asistencia de profesionales de la salud en la medida que experimente diversos grados de perturbación de la conducta en ejercicio de su profesión, en este aspecto, la presión traumática sobre el periodista no es distinta a la que recibe, por ejemplo, el personal de rescate.
Las últimas investigaciones en relación a los efectos psicológicos que acarrea una situación de desastre, considera al personal de rescate, en el que podríamos incluir a los periodistas, como integrantes de los equipos de primera respuesta que llegaron a ser llamados, además, las víctimas ocultas de los desastres. En este contexto, señala Taylor y Frazer, estos sujetos pueden presentar síntomas propios de estrés agudo o postraumático y aún mucho tiempo después de acontecido el hecho, pueden estar expuestos a recuerdos repetitivos del evento, ansiedad y altos niveles de tensión que afectan los mecanismos de defensa del organismo y cusan problemas orgánicos posteriores.
En los últimos años varias han sido las situaciones traumáticas sobre la cual los periodistas han tenido que actuar, entre ellas, los saqueos de 1989, el diciembre trágico del 2001, las inundaciones de la Ciudad de Santa Fe en el 2003, la pedrea del 2006, el brote de Dengue en el 2008 y la actual pandemia de Gripe A. Por otra parte, todo indica que otras crisis se avecinan, principalmente el rebrote de Dengue cuando comiencen a llegar los primeros días del verano, estas eventualidades nos convocan a capacitarnos en el marco de una Comunicación Social Preventiva que nos integre a la comunidad en la tarea de ayudar a mejorar las condiciones inusuales en que se desenvuelve la población frente a una situación de crisis.
*Periodista.
Secretario de Extensión del ISET Nº 18